miércoles, 8 de septiembre de 2021

El "càntir dipòsit" de la Cataluña central

Fig. 1. Càntir dipòsit de Esparreguera (Barcelona), de 45 cm
de alto, y botijos antiguos de La Bisbal y Figueres (Gerona).
(Fuente: JD.)

El càntir (botijo) es sin duda la pieza más emblemática de la alfarería catalana, hasta el punto de que en Argentona (Barcelona) hay un magnífico Museu del Càntir con 4.000 piezas expuestas, considerado el mayor fondo en su género de Europa.

En Cataluña por todas partes corre el agua: ríos, manantiales, fuentes, pozos... Desde Gerona hasta las Tierras del Ebro, en todas las casas catalanas hubo de siempre un pozo de donde se sacaba el agua para el uso doméstico. Precisamente, otra de las piezas más características de la antigua alfarería catalana es el poal (gargoulette, en la Occitania francesa), predecesor del càntir, y que se utilizaba para sacar agua del pozo (en catalán hay un verbo para ello: pouar). Es una especie de botijo abierto por la parte superior, con una gran asa semicircular por encima de la boca, y usualmente con un pitorro para beber a chorro (a galet, en catalán) (figs. 2 y 3). Según Romero y Rosal (2014: 78): "El poal, gairebé segur predecessor del càntir, fou una tipologia de llarga pervivència, i documentada a Barcelona des del segle XIV." El poal desapareció a finales del siglo XIX cuando el agua de los pozos dejó de ser potable debido a la contaminación de las aguas freáticas, tanto por la actividad industrial como por el uso intensivo de productos químicos en la agricultura. No es casualidad que el enorme càntir dipòsit (botijo depósito), para acarrear y almacenar agua, se obrara en la Cataluña central, donde se hallaban las cuencas más contaminadas, la de los ríos Anoia (industria papelera), de donde procede el botijo depósito de la fig. 1, y del Llobregat (industria textil). Piera, Esparreguera, Sant Sadurní d'Anoia, Martorell, Granollers..., fueron los principales centros alfareros donde se obró el càntir dipòsit.

Fig. 2. Poal de cerámica negra. Quart (Gerona),
primera mitad del siglo XVIII. 39 cm de alto.
Museu del Càntir, Argentona (Barcelona).
 

Fig. 3. Poal de cerámica negra. Vilafranca del Penedès,
finales del siglo XVIII. 32 cm de alto. Vinseum, Museu
de les Cultures del Vi de Catalunya
, Vilafranca del
Penedès (Barcelona). (Fuente: #museuobert.)

La contaminación de las aguas freáticas de los pozos fue paliada con la construcción de fuentes municipales de agua de mina y el suministro de agua potable a las poblaciones. Quizá —es una suposición— a ello se deba el uso generalizado del botijo en Cataluña: la abundancia de pozos primero, y de fuentes municipales después, hizo innecesario el empleo de cántaros para acarrear y almacenar agua, como es usual en la mayor parte de España. Especulando, cabe suponer que la mayor demanda de los botijos depósito correspondería al ínterin que transcurrió entre la insalubridad de los pozos y el abastecimiento de agua potable a las poblaciones, que, salvo casos puntuales (masías aisladas...), hizo innecesario el uso de esos grandes botijos para almacenar agua.

Por lo que respecta al cántaro (cànter), en Cataluña quedó relegado a las Tierras del Ebro (Miravet, Ginestar, Tivenys, Horta de Sant Joan, La Galera...) y algunas áreas del Pirineo fronterizas con Aragón (Pont de Suert...).  

Valga como ejemplo de lo dicho la casa de mis abuelos en Vilafranca del Penedès (Barcelona), donde nunca hubo agua corriente. El agua del pozo, en el patio de la casa, dejó de ser potable desde mucho antes de que naciera mi madre, y solo se utilizaba para regar y lavar, pero no para cocinar o beber. Así pues, debajo del fregadero de la cocina había tres botijos de tamaño mediano, y otro más pequeño sobre un plato en la mesa del comedor para que bebiera agua fresca el que quisiera. Con ellos había que ir a diario a por agua a la fuente municipal, en la esquina de la misma calle, o en caso de que se secara había otras dos fuentes cercanas. ¡La de viajes que habré hecho de pequeño con los botijos!

Beber a chorro del botijo (o del porrón de vino blanco fresco, o de la bota de cuero de vino tinto..., todo ello usual en Cataluña) es una práctica higiénica, pues la vasija no entra en contacto con la boca. Es muy fácil aunque requiere cierta práctica para no echarse el agua o el vino por encima. Con el porrón hay que tener cierta precaución pues el vino blanco al contacto con el aire se oxigena y sube fácil a la cabeza, de modo que lo recomendable es que la trayectoria del chorrito sea lo más corta posible. Pero si prefieres acabar el almuerzo cantando La Marsellesa, entonces levanta en alto el porrón todo lo que puedas...

Como curiosidad, digamos que los botijos en casa de mis abuelos, hasta donde recuerdo, eran del Vendrell (Tarragona), a pesar de que antiguamente Vilafranca fue un centro alfarero de notable importancia (el poal de la fig. 3 es un buen testimonio). Allí se obraron toda clase de botijos para agua y aceite, de cerámica negra (terrissa negra o fumada), pero hacia los años 30 del siglo pasado cerraron los últimos alfares, reconvertidos en tejerías. 

Ahora una precisión lingüística. El Diccionario de la RAE define el botijo como: "Vasija de barro poroso que se usa para refrescar el agua, de vientre abultado, con asa en la parte superior, a uno de los lados boca para llenarlo de agua, y al opuesto un pitorro para beber." Ahora bien, el càntir dipòsit no se utiliza para beber, sino para acarrear y almacenar agua (lo cual es, precisamente, la función del cántaro en la mayor parte de la península), y llenar otros botijos o recipientes más pequeños. Así pues, ¿no sería más adecuado llamarlo cántaro depósito? Porque técnicamente es un cántaro, no un botijo. Y lo mismo vale para el càntir d'oli (botijo de aceite), que también habría que denominar, más propiamente, cántaro de aceite. Pero como en el Museu del Càntir de Argentona traducen càntir dipòsit por botijo depósito, aunque sea provisionalmente seguiré utilizando esa denominación.

El botijo depósito de la fig. 1 mide 45 cm de alto, tiene un diámetro máximo de 107 cm y una capacidad de 18 litros. Como puede observarse, solo tiene una boca (broc, en catalán) para el llenado y vaciado, pero no pitorro (galet, en catalán) para beber. Para que el lector se haga una idea, vacío pesa 8,3 kg. Hay que tener fuerza para levantarlo lleno y buen pulso para llenar otros botijos más pequeños, sin echar toda el agua por el suelo. Pero aún hay botijos depósito de mayor tamaño. Según la explicación de la Guia del Museu del Càntir: "Tenien una cabuda d'uns 24 litres i uns 50 cm d'alt. Eren els més grans que es feien."

El botijo depósito de la fig. 1 fue comprado a un particular de Igualada (Barcelona), el cual me contó que procedía de una masía cercana de sus abuelos. Según un experto consultado, fue obrado en Esparreguera (Barcelona) no muy lejos de Igualada y a los pies de la montaña de Montserrat, lo cual delata su base limada, formando un pie anular, a diferencia de los botijos de base plana. Estos botijos depósito suelen ser muy antiguos, de principios del siglo XX o anteriores. Para transportarlos llenos se cargaban uno o dos botijos a ambos costados de la mula.

En la fig. 1, como comparación, acompaño el botijo depósito de otros dos botijos comunes, ambos muy antiguos, quizá del siglo XIX, de La Bisbal y Figueres (Gerona). Miden 29 y 31 cm de alto y tienen una capacidad de 3,7 y 5,5 litros, respectivamente. El de La Bisbal, de cerámica negra, se distingue por su asa levantada en el lado opuesto a la boca: ello no es por ningún motivo estético, sino para mejor llenarlo en el pozo, pues suspendido del asa el botijo se inclina hacia el lado de la boca, facilitando su llenado. En cuanto al botijo de Figueres, el pitorro está roto por la base y pegado de muy antiguo con lo que parece una resina, y embreado. Por mi parte siempre prefiero esas piezas reparadas de antiguo (lañadas, etc.) porque son un testimonio más del uso que tuvieron.

Por último, obsérvese que los botijos catalanes tienen el asa alineada con la boca y el pitorro, a diferencia de los obrados en otros lugares con el asa transversal, con la notable excepción del extraordinario botijo de Priego (Cuenca), en mi opinión uno de los más singulares y bonitos de la península y del que quizá hablaremos en otro post, o el botijo de Cabra de Mora (Teruel), de influencia catalana, y de cuya alfarería también trataré en otro post.


 

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