domingo, 19 de septiembre de 2021

Calanda (Teruel)

1.

Fig. 1. Tinaja de Calanda, siglo XIX. 66 cm de alto. (Fuente: JD.)

A finales de junio del año pasado, justo después de la primera ola de Covid-19, aproveché para ir a Aguaviva (Teruel) a recoger de una casa la tinaja de la fig. 1. Es una tinaja de Calanda del siglo XIX, de 66 cm de alto y una capacidad de 97 litros (*). Está adornada con cordones digitados, círculos incisos y las características franjas pintadas con óxido de manganeso. La tinaja se usó para agua, como delata la descarga cegada con un pegote de argamasa. En la misma casa de Aguaviva había otras dos tinajas grandes de Miravet (Tarragona), lo cual demuestra hasta dónde llegaba la tinajería del centro alfarero catalán, compitiendo con las tinajas de Calanda.

En muchos pueblos de
la provincia de Teruel las sequías en verano eran prolongadas, de modo que en las casas había varias tinajas para almacenar agua y hacer frente al estiaje, incluso en Teruel ciudad. Apuntan Romero y Cabasa (2009: 338): "El uso de las tinajas era variado. En ellas se guardaba tanto el aceite como el vino, mientras que, sobre todo, en las casas de campo se usaban tres o cuatro para para guardar el agua. Iban a buscarla en el mes de enero y se les conservaba perfectamente durante todo el verano." A este respecto hay que señalar que las tinajas de Calanda eran particularmente apreciadas porque el barro no transmite malos sabores al agua, virtud que ya fue destacada por Pascual Madoz al hablar de Calanda en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España (1846, t. V, p. 250): 

en las fábricas de alfarería se construyen vasijas grandes y pequeñas de muy buena calidad y duración, porque el barro de que se forman no comunica ningún sabor a los licores que se las encomiendan, lo que hace que sean muy estimadas en todas partes.

La epopeya del suministro de agua potable a las poblaciones es un aspecto poco tratado por los historiadores, y en este sentido recomiendo el magnífico estudio de Fernando Burillo Albacete y Ana Ubé González, Tras la memoria del agua (Abastecimiento y usos en la ciudad de Teruel, 1879-1951) (Instituto de Estudios Turolenses, 2020), y que sigo en estos párrafos. Aunque centrado en Teruel, muchas observaciones son aplicables a otras poblaciones de la península. Vale la pena resumir los avatares del abastecimiento de agua en Teruel.

La estructura medieval para el suministro de agua potable en Teruel ciudad (tres aljibes públicos del siglo XIV que recogían el agua de lluvia, y el acueducto de los Arcos, del siglo XVI, que traía el agua desde el manantial de la Peña del Macho), quedó obsoleta ya en el siglo XIX, y probablemente incluso antes, tanto por el aumento de la población como por la insalubridad de las aguas, contaminadas por filtraciones de aguas residuales, pozos negros y un alcantarillado inexistente. No fue hasta la década de 1880 que el ayuntamiento acometió la traída de agua potable de otros manantiales cercanos, distribuida por cinco fuentes públicas en el casco urbano de Teruel y otras tres en los arrabales. Sin embargo, no se tuvo la precaución de construir un depósito para almacenar el agua, de modo que al llegar el verano las fuentes se secaban.

Fig. 2. Niñas aguadoras en el barrio de las Cuevas del Siete,
de Teruel, hacia 1910. (Fuente: Instituto de Estudios Turolenses.)

Así pues, en Teruel ciudad, como en tantas otras poblaciones del centro y sur de la península, eran los aguadores y aguadoras quienes con sus burros cargados con seis grandes cántaros alforjeros, tres a cada costado (de 17 litros, según Burillo Albacete y Ubé González, 2020: 28), acarreaban el agua desde fuentes de manantial próximas hasta la ciudad y sus arrabales, la cual vendían por las calles. 

En Teruel, al final del Viaducto fue erigido en 1935 un monumento al ingeniero José Torán, autor de la traída de aguas a la ciudad, y a cuyo pie se halla la escultura en bronce de una aguadora, obra de Victorio Macho, la cual lleva un típico cántaro de Teruel, de boca abocinada, similar al de la niña aguadora de la fig. 2. En la plaza del Ayuntamiento de Albentosa (Teruel) hay otro monumento a la aguadora con un cántaro similar. Los aguadores, que en Teruel se organizaron en gremios que fijaban periódicamente el precio del agua, fueron una estampa tradicional en toda la España meridional, que atraviesa los siglos desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XX.

El suministro de agua potable a las viviendas de Teruel ciudad, así como redes de saneamiento y alcantarillado dignos de estos nombres, no fueron posibles hasta 1931, y ello aun no en todos los barrios: 

Tanto el agua corriente como el alcantarillado no alcanzaron por igual a todas las zonas de la ciudad, quedando relegados durante años los barrios más pobres, como San Julián o el Arrabal, cuestión esta que no es original de Teruel, pues en todas las ciudades se atendió primero a los sectores más acomodados (Burillo Albacete y Ubé González, 2020: 12). 

Teruel fue la última capital de provincia en disponer de agua corriente en las viviendas.

Si esta era la situación en la ciudad de Teruel, en los pueblos no era mejor, de ahí la necesidad de disponer en las casas de varias tinajas para almacenar agua para el uso doméstico. Romero y Cabasa (2009: 338) señalan que la tinaja de mayor tamaño que se obraba en Calanda era de 300 litros (1,20 m de alto), y seguían las de 250, 200, 150 y 100 litros.

2. Cinchos y cordones digitados

Muchas veces me he preguntado para qué servirían los cinchos y cordones que llevan muchas tinajas, una práctica común en toda la península. Los estudiosos les otorgan una función meramente decorativa, o bien para "reforzar" la tinaja. Por ejemplo, Romero y Cabasa (1999: 81) señalan que los cordones "además de su efecto decorativo no hay que olvidar su función de refuerzo de la pieza". Pero reforzar, ¿cómo? En lo que sigue intentaré dar una explicación plausible.

En Calanda, como en todo Aragón, las tinajas se obraban por urdido de pie y por veces, dos, tres o más según el tamaño de la tinaja, dejando orear la vez inferior para que adquiriera consistencia y levantar sobre ella la vez siguiente. Ahora bien, durante la cocción, la dilatación de las veces ejerce toda su presión en las junturas, de modo que pueden acabar por estallar, y como sea que las tinajas se colocaban en la base del horno, la rotura de una tinaja provocaba el derrumbe de las piezas superiores con el consiguiente quebranto económico para el alfarero:

En ocasiones, algún fallo de las vasijas colocadas en la base [del horno] ha producido el derrumbamiento de todo el apilamiento, destrozándose en un instante la labor de muchos meses; un par de desmoronamientos seguidos ha producido la ruina de alguna familia (Burbano López, 1960: 136).

Pues bien, los cordones cumplen la función, nada menos, que de evitar que la tinaja estalle en la cocción: los cinchos o cordones, bien apretados contra las junturas (como los cordones digitados), absorben la dilatación de las veces y disminuyen la presión en las junturas. Valga esa explicación como hipótesis.

Quizá los propios alfareros de Calanda no sabrían explicarnos el por qué de los cordones en las junturas de las tinajas, pero la experiencia les enseñaría que con esa práctica se llevaban menos disgustos.

Es una práctica similar a la de las ollas y pucheros alambrados: si el alambrado está bien ceñido al cuerpo de la vasija, ayuda a difundir de manera homogénea el calor por toda la pieza, y por tanto a que la dilatación sea también homogénea, evitándose así las fatales grietas que más tarde o más temprano son el triste final de todas las ollas y pucheros de barro. Ahora bien, se supone que las piezas alambradas duran más que sin alambrar.

¿Y por qué muchas tinajas no llevan cinchos ni cordones? Porque el tinajero utiliza técnicas de urdido más sofisticadas (como en Villarrobledo, en Albacete, por mencionar un ejemplo) de modo que desaparecen las junturas de las distintas partes de la tinaja. Por lo demás, nótese que tinajas muy antiguas de los siglos XVII y XVIII, incluso de Calanda o del Maestrazgo de Teruel y otros lugares de Aragón, no llevaban cordones.

3.

Fig. 3. Barrio de las Cantarerías de Calanda, hacia 1900, con una muestra de tinajas, cocios y cántaros. Foto: Leonardo Buñuel, padre de Luis Buñuel.
(Fuente: Centro Buñuel Calanda, Teruel.)

La ollería y cantarería de Calanda se remonta a los siglos medievales. Ya Álvaro Zamora (1984: 12) apuntó que "su producción tiene unas raíces mudéjares. [...] Esto nos prueba la situación de los obradores en el barrio de los moriscos, y por tanto el origen medieval mudéjar de esta producción, asentada a su vez sobre una tradición muy anterior". Por su parte, Romero y Cabasa (2009: 330), señalan:

En el siglo XVI se calcula que el número de vecinos de Calanda estaba comprendido entre 300 y 400, de los cuales una importante proporción eran moriscos. Cuando hablemos de su alfarería no nos debe extrañar, por tanto, su tradición mudéjar, muy evidente en las primeras producciones identificables, que son las correspondientes a los siglos XVI y XVII.

Sin embargo, fue con el crecimiento demográfico y económico del siglo XVIII que la alfarería calandina adquirió un notable relieve. Apuntan Ceamanos Llorens y Mateos Royo (2005: 112-13):

Ya en la segunda mitad del siglo XVIII, Calanda conoce un indudable auge de la producción alfarera, que recoge en su técnica y formas la huella de los artesanos moriscos. Al igual que estos, los alfareros cristianos concentraron sus obradores en el barrio de las Cantarerías, situado junto al cabezo de San Blas, que les proveía de la tierra necesaria. La elaboración de cerámica ocupaba a familias enteras, como los Manero, Sánchez, Pallarés, Gil y Moya. Sus vínculos profesionales se reforzaban mediante matrimonios entre sus miembros [...].

La actividad de los alfareros de Calanda en este período incluía migraciones temporales a distancias considerables para realizar prolongadas estancias. Acompañados en ocasiones por sus esposas e hijos, los artesanos se desplazaban a una zona concreta compuesta por los municipios oscenses de Sarsamarcuello, Abiego, Cuatrocorz y La Puebla de Castro, donde elaboraban y vendían sus mercancías durante varios meses.

A este respecto, Díez (2005: 77-78) señala: 

La amplia distribución de la producción de Calanda, y los desplazamientos de alfareros calandinos a otras tierras oscenses para realizar in situ su obra, determinó que una buena parte de la tinajería aragonesa adquiera la impronta de esta tierra, imprimiendo carácter a otras realizadas en otras áreas y denominándolas "tipo Calanda".

A caballo de los siglos XVIII al XIX había en Calanda 32 alfareros, que vendían su producción en todo Aragón y de forma ocasional en Castilla y Navarra (Ceamanos Llorens y Mateos Royo, 2005: 115)

Aunque carecemos de datos, cabe suponer que en el siglo XIX se mantendría la actividad tinajera y cantarera, a pesar de las guerras carlistas que tanto afectaron a Calanda, para decaer en el XX y sobre todo tras la guerra, como en todo Aragón: "La guerra civil fue pues un golpe fundamental que volveremos a encontrar en otras localidades como causa de la muerte o huida de muchos de los alfareros aragoneses" (Álvaro Zamora, 1980: 16). Aun así, Pascual Labarías (1913-2005), de padres y abuelos alfareros y último alfarero de Calanda, afirmaba que "He conocido en Calanda hasta 18 cantareros" (Guerrero Martín, 1988: 70). Posteriormente, con la generalización del agua corriente en las casas y luego el uso de nuevos materiales (aluminio, plásticos...), en Calanda como en todas partes la alfarería quedó reducida a una actividad testimonial. El último gran horno comunal de Calanda, propiedad de Emilio Manero, fue derribado en 1979 (Romero y Cabasa, 2009: 332). 

Fig. 4. Algunas piezas de Calanda: al fondo, tinajilla, medida de vino y antiguo cántaro grande (10 litros); al frente, cantarico y mortero. (Fuente: JD.)

(*) Aunque de manera muy aproximada, y para salir del paso, podemos considerar la tinaja de la fig. 1 un ovoide. Una fórmula sencilla para hallar el volumen es:

Volumen = (2π/3)r2h

siendo r el radio máximo (26,5 cm) y h la altura (66 cm).
Así pues,

Volumen = (2 x 3,141592 / 3) 0,2652 x 0,66 = 0,097072 m3

0,097072 m3 x 1.000 litros = 97 litros (≈ 10 cántaros)

No hay comentarios:

Publicar un comentario